—Ese es el pago que exijo. No muchos pueden proporcionarlo. No me refiero a su goce ni a su emoción… ¡condenadas emociones!… sino a su comprensión y al hecho de que su placer haya sido de la misma naturaleza que el mío y procediera de la misma fuente: su inteligencia, el juicio consciente de un cerebro capaz de apreciar mi trabajo con los mismos valores que se necesitan para realizarlo. No me refiero al hecho de que usted sintiera, sino a que sintiera lo que yo quise hacerle sentir; no al hecho de que lo admire, sino que lo admire por las cosas que yo deseé que fuera admirado. —Rió.— En muchos artistas existe una pasión más violenta que la necesidad de admiración: es el miedo a identificar la causa de esa admiración. Nunca he tenido ese temor. No me engaño sobre la calidad de mi trabajo ni sobre la respuesta que busco: evalúo ambas cosas muy profundamente. No me gusta ser admirado sin razón, de un modo emocional, intuitivo e instintivo, ni a través de cualquier tipo de ceguera. No me gusta la ceguera en ninguna de sus formas, tengo demasiado que mostrar; ni tampoco me gusta la sordera, porque tengo mucho que decir. No me importa ser admirado por el corazón de cualquiera, sino sólo por la cabeza de alguien especial, y cuando encuentro a un comprador con esa capacidad inestimable, mi desempeño es una transacción con beneficios recíprocos. Un artista es un comerciante, señorita Taggart, el más duro y más exigente de todos los comerciantes. ¿Me comprende ahora?
—Sí —respondió ella, con cierto recelo, porque estaba escuchando la expresión de su propio símbolo del orgullo moral, expuesto por el hombre de quien menos se lo hubiera imaginado.
La Rebelión de Atlas – Ayn Rand
Mis Otros Sitios
Mi Buscador
Mi Calendario
Mes a Mes
Mi Gestor